El minero que la portaba en la mina le hizo o mandó hacerle un precioso gancho de hierro retorcido al fuego, típico de las minas asturianas.
Es muy probable que aún fuera de la mina se utilizara durante bastante tiempo, hasta que la llegada de la luz eléctrica la apartara de uno de los usos para la que fue fabricada: dar luz.
Aún así aún ha llegado a nuestros días. Perdura la rosca de la coraza, que deja constancia de una de las transformaciones frecuentes de los lampisteros asturianos hechas por operatividad y por necesidad que había de ellas, que al contrario como opinan u opinaban algunos que desconocen la realidad minera asturiana, pienso que no las destrozaban con estos cambios, mas bien las hacía singulares, diferentes y propias de las minas asturianas y que forman parte del patrimonio minero asturiano, tan poco tenido en cuenta.
No termina ahí la historia de la lámpara. Ahora pasa a manos de un admirador de este tipo de objetos, la limpiará y le lámpara volverá a relucir y ocupar un lugar preferente en una colección que se precie; y afortunadamente, al menos por un tiempo, no terminará en la chatarra. Hemos de felicitarnos de ello.
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