Excelentísimo y Magnífico Sr.
Rector. Autoridades. Señoras y Señores. Amigos todos.
Quiero mostrar, en primer
término, con la emoción que embarga mi ánimo, el más sincero e infinito
agradecimiento a las personas e instituciones que han determinado la inmerecida
distinción que hoy se hace a mi persona con la dación de mi nombre al aula de grados
de este centro: Al Colegio de ITT. de Minas por su propuesta (personalizado en
el Sr. Decano y Junta Directiva, extensible a todos los compañeros), y a la
Junta de Escuela que, en sesión de 19 de marzo pasado, dio su generoso
beneplácito a la proposición colegial, decidiendo, además la colocación de una
placa conmemorativa en el aula citada. Gracias a todos.
En mi opinión, si algún mérito
puede desprenderse de mi actuación personal ha de referirse, sin duda, a la
función de cronista de la historia de la Escuela de Minas mierense, que desde
1955, viene formando unos profesionales, de reconocida capacidad en todo el
ámbito de nuestro país, gracias al desarrollo de unos valores propiciados por
la enseñanza seguida y las virtudes, puestas al servicio de la inteligencia, de
esfuerzo y sacrificio propias de un colectivo nacido del mundo del trabajo.
Sobre la Escuela de Minas de
Mieres, tratan los dos primeros tomos, ya publicados, de la trilogía “Una
historia de 150 años”. En ellos se abarca la historia del centro escolar, sus
vicisitudes de todo orden, acontecidos desde el inicio de la enseñanza hasta
1936. La naciente industrialización asturiana, la villa de Mieres en pleno
desarrollo, la legislación minera cambiante, los planes de estudio, los profesores
y los alumnos, todo tiene cabida en sus páginas, en la búsqueda de conseguir
una visión caleidoscópica del tema.
El último tomo, en avanzado
estado de redacción, es posible quede terminado a finales del año en curso. Y
manteniendo el criterio establecido para las obras anteriores, abarca desde
1938 a 1972, fecha en la que el centro mierense pasa a ser una dependencia
universitaria adscrita a la universidad de Oviedo. Parece oportuno recordar que
es la segunda vez que adquiere dicha condición, pues la Escuela de Capataces de
Mieres del Camino, ya fue centro universitario durante un plazo de dos años -de
septiembre de 1857, al mismo mes de 1859- en aplicación de la ley Moyano,
aunque esta dependencia orgánica no llegara a materializarse plenamente en algunos
aspectos. Más el hecho ahí está y la crónica lo señala.
En este contexto, parece oportuno
dedicar unas palabras a las causas y circunstancias que determinaron la
publicación de mi último libro, en Diciembre pasado, que lleva por título “De
la Academia de Almadén a la Escuela de Minas de Mieres” que engarza
cronológicamente con la trilogía de la Escuela mierense.
El orto del centro escolar
mierense fue el resultado final de una difícil, compleja y accidentada génesis,
de duración muy próxima a los tres cuartos de siglo. Desde la genial intuición
de Jovellanos, en la necesidad de crear un centro de enseñanza minera, hasta
que otro genio, el germano Schulz, materializara dicho menester, se habían
producido en España diversas situaciones de general importancia en las
actividades minero y siderúrgica, y surgido varias iniciativas relacionadas con
las enseñanzas de dichas actividades. Cuando escribí el primer tomo de mi obra
sobre la Escuela de Mieres, se estudiaban las vicisitudes acaecidas en tan
amplio periplo, más problemas derivados del exceso de paginación, determinaron
su reducción, transformándolo en una simple mención de los hechos más
importantes.
Posteriormente, llegué a la
consideración de que los sucesos acontecidos en Asturias durante el ciclo
temporal en que se gestó la Escuela, tenían la importancia suficiente para no
sustraerlos al posible lector. Y, además, en nueva perspectiva, debía
conectarlos con el resto de actividad docente española de dicho periodo, al
objeto de poder obtener una visión conjunta, que permitiese determinar con
objetividad la realidad asturiana a la vez que poder evaluar su inserción en el
panorama nacional. De todo ello versa el libro “De la Academia de Almadén a la
Escuela de Minas de Mieres”.
Y volviendo al tema origen de
esta participación, quisiera finalizar efectuando algunas estimaciones
necesarias:
En primer lugar, este galardón
que no dejo de considerar extraordinario para mi humilde aportación y que me
equipara a Aurelio del Llano, gloria y arquetipo de nuestra profesión, cuyo
nombre honra una de las aulas de este centro, responde a mi consideración sobre
los valores mostrados por un colectivo profesional que, a lo largo de su luenga
historia, ha dado continuas pruebas de su valía e integración social. Y el
verdadero mérito es el suyo; yo sólo soy el narrador de los acontecimientos
sucedidos. Por eso yo desearía que este acto se manifestara como un homenaje a
los 2484 Capataces, Ayudantes y Facultativos, los 199 Peritos y las ya
numerosas promociones de Ingenieros Técnicos de Minas, que en el desempeño de
su profesión han sido paradigma de una serie de valores adquiridos en el
periodo de formación y que son atributo de un dignísimo empleo que ha llegado,
en ocasiones, a la entrega de la propia vida. Quiero recordar aquí las palabras
de un Facultativo de minas, Arsenio Llaneza, tío carnal mío, que reflejan de
modo inigualable lo que yo trato de expresar aquí.
Dice así:
“… Un Capataz Facultativo, ya
entonces pisaba fuerte y en el terreno profesional sus pisadas dejaban huella.
Podría decirse que se criaban en la mina o en la fábrica; lo mamaban y
¡naturalmente! en su desenvolvimiento profesional alcanzaban la máxima
eficacia. Nunca las empresas supieron justipreciar la competencia, lealtad y
sacrificio de estos hombres… La Escuela fue norte y guía, hito y atalaya, dando
a Mieres rango y categoría… La calidad de los titulados en esta Escuela, ha
sido siempre francamente valorada y bien pudiera decirse que, en cualquier
rincón de la nación hay siempre un Facultativo de la Escuela de Mieres
ejerciendo su profesión. La Escuela, además del título y anejo a él, daba
también una garantía del buen hacer profesional con solo estudiar en ella. Por
algo radica en la cuna de la minería...” ¿Se puede decir más cosas con menos palabras?
Una vez dicho lo anterior,
desearía incluir un recuerdo especial para mi familia, una de esas sagas
mineras, en las que el “espíritu” de la profesión se transmite de generación en
generación. Desde uno de mis bisabuelos (Fulgencio González Parajón), matriculado
con el número 2 en la incipiente escuela mierense, hasta mi siguiente hermano
(Ángel José Llaneza), que después de jubilado de su profesión de Ingeniero de
Caminos, determinó cursar la carrera de Ingeniero Técnico de Minas, en dos
especialidades, para conocer en profundidad el trabajo de sus antecesores, los
Llaneza, González, León y Montoto que en una veintena de consanguinidad directa
y en cuatro generaciones, han prestado servicios propios de nuestra profesión y
desde desempeños de enjundia hasta los trabajos más importantes que es el
cumplimiento de la actividad diaria, han sido el espejo que me ha permitido
conocer los valores de nuestra profesión. Vaya por ellos mi humilde ofrenda con
este recuerdo.
Y ya, en el apartado
recordatorio, imposible olvidar en este acto a tres amigos -Gonzalo Gutiérrez
Quirós, José Manuel Ibáñez Lobo y Roberto Zapico Amez-, quienes, en el orden
citado y en circunstancias complejas, supieron mantener la ubicación del centro
en nuestra villa, ampliar las enseñanzas propiciando futuro y ayudar
técnicamente a que este magnífico centro que hoy nos acoge fuese posible.
Mieres siempre ha considerado a
la Escuela de Minas como un ente propio, enraizado en su propia esencia. En
consecuencia, ha mantenido en todo momento una postura generosa con la entidad,
cubriendo sus necesidades siempre que fue necesario. En el caso de la industria
hullera, con el acceso a los fondos mineros, Mieres apostó por la educación, el
conocimiento y la cultura como el camino más adecuado para afrontar su futuro e
invirtió la práctica totalidad de su participación de dichos fondos, en unas
instalaciones modélicas que la universidad asturiana aceptó, con la
contrapartida de darles vida y contenido. Sr. Rector, la promesa de sus
antecesores sigue en pie; le rogamos, es clamor popular, que en los órganos
pertinentes inste para que la solidaridad que el pueblo mierense ha tenido
siempre con el resto de Asturias, tenga ahora justa correspondencia cuando
Mieres lo necesita. Estoy seguro que así será.
Muchas gracias.
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