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miércoles, 5 de junio de 2019

Homenaje a Luis Jesús Llaneza



Excelentísimo y Magnífico Sr. Rector. Autoridades. Señoras y Señores. Amigos todos.
Quiero mostrar, en primer término, con la emoción que embarga mi ánimo, el más sincero e infinito agradecimiento a las personas e instituciones que han determinado la inmerecida distinción que hoy se hace a mi persona con la dación de mi nombre al aula de grados de este centro: Al Colegio de ITT. de Minas por su propuesta (personalizado en el Sr. Decano y Junta Directiva, extensible a todos los compañeros), y a la Junta de Escuela que, en sesión de 19 de marzo pasado, dio su generoso beneplácito a la proposición colegial, decidiendo, además la colocación de una placa conmemorativa en el aula citada. Gracias a todos.
En mi opinión, si algún mérito puede desprenderse de mi actuación personal ha de referirse, sin duda, a la función de cronista de la historia de la Escuela de Minas mierense, que desde 1955, viene formando unos profesionales, de reconocida capacidad en todo el ámbito de nuestro país, gracias al desarrollo de unos valores propiciados por la enseñanza seguida y las virtudes, puestas al servicio de la inteligencia, de esfuerzo y sacrificio propias de un colectivo nacido del mundo del trabajo.
Sobre la Escuela de Minas de Mieres, tratan los dos primeros tomos, ya publicados, de la trilogía “Una historia de 150 años”. En ellos se abarca la historia del centro escolar, sus vicisitudes de todo orden, acontecidos desde el inicio de la enseñanza hasta 1936. La naciente industrialización asturiana, la villa de Mieres en pleno desarrollo, la legislación minera cambiante, los planes de estudio, los profesores y los alumnos, todo tiene cabida en sus páginas, en la búsqueda de conseguir una visión caleidoscópica del tema.
El último tomo, en avanzado estado de redacción, es posible quede terminado a finales del año en curso. Y manteniendo el criterio establecido para las obras anteriores, abarca desde 1938 a 1972, fecha en la que el centro mierense pasa a ser una dependencia universitaria adscrita a la universidad de Oviedo. Parece oportuno recordar que es la segunda vez que adquiere dicha condición, pues la Escuela de Capataces de Mieres del Camino, ya fue centro universitario durante un plazo de dos años -de septiembre de 1857, al mismo mes de 1859- en aplicación de la ley Moyano, aunque esta dependencia orgánica no llegara a materializarse plenamente en algunos aspectos. Más el hecho ahí está y la crónica lo señala.
En este contexto, parece oportuno dedicar unas palabras a las causas y circunstancias que determinaron la publicación de mi último libro, en Diciembre pasado, que lleva por título “De la Academia de Almadén a la Escuela de Minas de Mieres” que engarza cronológicamente con la trilogía de la Escuela mierense.
El orto del centro escolar mierense fue el resultado final de una difícil, compleja y accidentada génesis, de duración muy próxima a los tres cuartos de siglo. Desde la genial intuición de Jovellanos, en la necesidad de crear un centro de enseñanza minera, hasta que otro genio, el germano Schulz, materializara dicho menester, se habían producido en España diversas situaciones de general importancia en las actividades minero y siderúrgica, y surgido varias iniciativas relacionadas con las enseñanzas de dichas actividades. Cuando escribí el primer tomo de mi obra sobre la Escuela de Mieres, se estudiaban las vicisitudes acaecidas en tan amplio periplo, más problemas derivados del exceso de paginación, determinaron su reducción, transformándolo en una simple mención de los hechos más importantes.
Posteriormente, llegué a la consideración de que los sucesos acontecidos en Asturias durante el ciclo temporal en que se gestó la Escuela, tenían la importancia suficiente para no sustraerlos al posible lector. Y, además, en nueva perspectiva, debía conectarlos con el resto de actividad docente española de dicho periodo, al objeto de poder obtener una visión conjunta, que permitiese determinar con objetividad la realidad asturiana a la vez que poder evaluar su inserción en el panorama nacional. De todo ello versa el libro “De la Academia de Almadén a la Escuela de Minas de Mieres”.
Y volviendo al tema origen de esta participación, quisiera finalizar efectuando algunas estimaciones necesarias:
En primer lugar, este galardón que no dejo de considerar extraordinario para mi humilde aportación y que me equipara a Aurelio del Llano, gloria y arquetipo de nuestra profesión, cuyo nombre honra una de las aulas de este centro, responde a mi consideración sobre los valores mostrados por un colectivo profesional que, a lo largo de su luenga historia, ha dado continuas pruebas de su valía e integración social. Y el verdadero mérito es el suyo; yo sólo soy el narrador de los acontecimientos sucedidos. Por eso yo desearía que este acto se manifestara como un homenaje a los 2484 Capataces, Ayudantes y Facultativos, los 199 Peritos y las ya numerosas promociones de Ingenieros Técnicos de Minas, que en el desempeño de su profesión han sido paradigma de una serie de valores adquiridos en el periodo de formación y que son atributo de un dignísimo empleo que ha llegado, en ocasiones, a la entrega de la propia vida. Quiero recordar aquí las palabras de un Facultativo de minas, Arsenio Llaneza, tío carnal mío, que reflejan de modo inigualable lo que yo trato de expresar aquí.
Dice así:
“… Un Capataz Facultativo, ya entonces pisaba fuerte y en el terreno profesional sus pisadas dejaban huella. Podría decirse que se criaban en la mina o en la fábrica; lo mamaban y ¡naturalmente! en su desenvolvimiento profesional alcanzaban la máxima eficacia. Nunca las empresas supieron justipreciar la competencia, lealtad y sacrificio de estos hombres… La Escuela fue norte y guía, hito y atalaya, dando a Mieres rango y categoría… La calidad de los titulados en esta Escuela, ha sido siempre francamente valorada y bien pudiera decirse que, en cualquier rincón de la nación hay siempre un Facultativo de la Escuela de Mieres ejerciendo su profesión. La Escuela, además del título y anejo a él, daba también una garantía del buen hacer profesional con solo estudiar en ella. Por algo radica en la cuna de la minería...” ¿Se puede decir más cosas con menos palabras?
Una vez dicho lo anterior, desearía incluir un recuerdo especial para mi familia, una de esas sagas mineras, en las que el “espíritu” de la profesión se transmite de generación en generación. Desde uno de mis bisabuelos (Fulgencio González Parajón), matriculado con el número 2 en la incipiente escuela mierense, hasta mi siguiente hermano (Ángel José Llaneza), que después de jubilado de su profesión de Ingeniero de Caminos, determinó cursar la carrera de Ingeniero Técnico de Minas, en dos especialidades, para conocer en profundidad el trabajo de sus antecesores, los Llaneza, González, León y Montoto que en una veintena de consanguinidad directa y en cuatro generaciones, han prestado servicios propios de nuestra profesión y desde desempeños de enjundia hasta los trabajos más importantes que es el cumplimiento de la actividad diaria, han sido el espejo que me ha permitido conocer los valores de nuestra profesión. Vaya por ellos mi humilde ofrenda con este recuerdo.
Y ya, en el apartado recordatorio, imposible olvidar en este acto a tres amigos -Gonzalo Gutiérrez Quirós, José Manuel Ibáñez Lobo y Roberto Zapico Amez-, quienes, en el orden citado y en circunstancias complejas, supieron mantener la ubicación del centro en nuestra villa, ampliar las enseñanzas propiciando futuro y ayudar técnicamente a que este magnífico centro que hoy nos acoge fuese posible.
Mieres siempre ha considerado a la Escuela de Minas como un ente propio, enraizado en su propia esencia. En consecuencia, ha mantenido en todo momento una postura generosa con la entidad, cubriendo sus necesidades siempre que fue necesario. En el caso de la industria hullera, con el acceso a los fondos mineros, Mieres apostó por la educación, el conocimiento y la cultura como el camino más adecuado para afrontar su futuro e invirtió la práctica totalidad de su participación de dichos fondos, en unas instalaciones modélicas que la universidad asturiana aceptó, con la contrapartida de darles vida y contenido. Sr. Rector, la promesa de sus antecesores sigue en pie; le rogamos, es clamor popular, que en los órganos pertinentes inste para que la solidaridad que el pueblo mierense ha tenido siempre con el resto de Asturias, tenga ahora justa correspondencia cuando Mieres lo necesita. Estoy seguro que así será.
Muchas gracias.

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