Foto gentileza de José Luis Gómez
Sin ninguna explicación previa, sin ningún titubeo en sus palabras, me dice:
-Soy el padre de la esposa de Silvino. Sé que tú eres su “puta querida“.
Al escuchar sus palabras, parece como si un rayo me atravesara y paralizara todo mi cuerpo. Daba la sensación que las olas del mar embravecido que momentos antes admiraba en aquel cuadro, habían saltado desde el lienzo y me salpicaban. Fui incapaz de contestar nada. Creo que traía una estrategia muy bien preparada, pues continuó:
-Quiero que dejes al marido de mi hija. A cambio puedes pedirme lo que quieras, lo tendrás.
Tal vez porque conocía que la unión que existía entre Silvino y yo sería imposible de romper, sin esperar ninguna respuesta por mi parte añadió:
-Aunque si quieres seguir con ese hijo de puta, te voy a proponer que seas mi puta una vez a la semana, el resto de los días serás para él. A cambio de esto, aún puedes pedirme lo que quieras, lo tendrás.
Después de un pequeño espacio de tiempo en silencio añadió:
-No te queda otra opción, escoge entre una cosa u otra.
Según como devolvió mi mirada, supongo que la cara que le puse fue como para comerlo vivo, ignoro también el color que tomó, pero saqué fuerzas de flaqueza y pude responderle:
-Necesito una semana para pensarlo.
Se levantó y me dijo antes de abrir la puerta:
-¡Aquí dentro de siete días!...
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