Pedro Rodríguez Pérez, conde
de Campomanes, por nombramiento real de 1770, es natural de Sorriba (Tineo), de
familia hidalga y mediana fortuna. Nacido el 1/7/1723, se licencia en Derecho
en 1745, ejerciendo esta actividad con gran brillantez durante diez años.
Inicia su actividad al servicio de la administración en 1755, al ser nombrado
Superintendente general de Correos. Cinco años después ejercerá el cargo de
ministro de Hacienda y en 1762, adquirirá el rango de Fiscal del Consejo de
Castilla, el más alto tribunal del Reino, en cuya función desarrollará una
continuada y destacada labor al servicio al Estado, en la promoción y ejecución
de las numerosas reformas promovidas por los carolinos. Político ilustrado y reformista moderado, alcanzará en
1783, el cargo de Gobernador del Consejo de Estado (Castilla), el inmediato en
importancia al Rey. La involución generada por el acceso de Carlos IV, acompañado
por su valido Godoy, al poder y los efectos de la revolución francesa (1789)
promueven su retirada de las responsabilidad del cargo en 1791, pasando a
ejercer de Consejero de Estado, donde permanecerá hasta su fallecimiento (3/2/1802).
Político, jurisconsulto y
economista prestigioso, con abundante obra escrita en estos campos, descolló
también en los del derecho y la historia, de cuyas Academias fue miembro y
presidente, así como de la Real Academia de la Lengua. Campomanes será uno de
los más importantes responsables del proceso seguido por los ilustrados, a la llegada al trono de
Carlos III, en su disposición de transformar las anacrónicas estructuras del
país. Los equipos de gobierno adoptarán una serie de medidas proclives a
corregir sustanciales modificaciones en la propiedad del suelo, desarrollo de
la agricultura, extensión de la red viaria, libertad de comercio y reactivación
económica, con impulsión del desarrollo industrial, en pleno auge en las
naciones más adelantadas de Europa. El Conde de Campomanes, a este fin,
adoptará un conjunto de normas de carácter legislativo y judicial de honda
trascendencia socioeconómica, que no es caso de relatar aquí al detalle.
Especial relevancia, al objeto
que nos ocupa, deben darse a sus Discurso
sobre el fomento de la industria popular (1774) y Discurso sobre la educación popular de los artesanos y su fomento
(1775), en los que propugna una profunda modernización del campo español, en
aras de la elevación del nivel de vida campesino, con la utilización popular de
las técnicas más convenientes y el aprovechamiento industrial de los productos
obtenidos del agro, en el criterio fisiocrático de que la naturaleza es la
fuente de riqueza.
El instrumento con que
Campomanes pretendió dinamizar el desarrollo económico de la población española
fueron las Sociedades Económicas de Amigos del país ((SEAP). En el Discurso sobre el fomento de la industria
popular – Cap. 14, VI; Cap. 19 y 20, en su totalidad – considera la
necesidad y conveniencia de la creación de estas sociedades en las ciudades y
villas del reino, con la misión primordial de estudiar y analizar
detalladamente el estado y situación de las fuentes de riqueza y medios de
producción zonales, en la seguridad que su conocimiento profundo motivará la
promoción de las soluciones más idóneas para la obtención posterior del máximo
rendimiento de las mismas. En este camino trataba de convertir a las SEAP, en el órgano difusor de sus ideas
y brazo ejecutor de su política reformista. Con su fundación y fomento,
pretendió incorporar al proyecto a los sectores, de los estamentos
aristocrático y clerical, más afines a sus ideas en el afán reformista de la
sociedad española.
Jovellanos, discípulo,
amigo, contertulio y albacea testamentario llegó a calificarlo como el mejor economista del siglo o célebre por sus talentos, y juicios
similares emitieron los numerosos tratadistas que han estudiado a este eximio
asturiano. La preocupación, la conexión e interés por su región natal fue
constante; a ella dedicará innúmeros esfuerzos, tanto en el aspecto histórico-literario
como en la acción política de gobierno. Intervendría activamente en los
comienzos de la ejecución de la carretera a Castilla y es sabido su trabajo
continuado y aportaciones personales en pro de la reconstrucción del santuario
de Covadonga, incendiado en 1777 e iniciada su reconstrucción cuatro años
después, gracias a los buenos oficios del citado.
Campomanes ya es conocedor
de la existencia del carbón asturiano en 1774, cuando en la página 75 de su Discurso sobre el fomento de la industria
popular reseña que En Asturias,
Montaña, Vizcaya y Guipúzcoa podría fomentarse la quincallería; todo género de
trabajos en el hierro y en el acero. La poca inteligencia de sus naturales en
estas manufacturas es la causa de que desperdicien el aprovechamiento de estas
ramas, que el fierro, la leña, el carbón de piedra de Asturias, la bondad y
abundancia de las aguas, y la proximidad al mar les ofrecen texto
antológico de las futuras posibilidades industriales de Asturias. En el tomo
III (3º de los apéndices) de su Discurso
sobre la educación popular de los artesanos y su fomento, vuelve a
referirse a las necesidades asturianas al tratar sobre el arte de beneficiar las minas de carbón de fierro y aporta numerosos
conocimientos sobre el trabajo del hierro, en sus diversas fases de fusión y
elaboración posterior.
Adaro.
(1889). T. III. Págs. 188, 189.
Maffei
– Rua Figueroa. (1871). T.I. Pág.115.
Suárez.
(1936), T. II. Pág. 205 a 230 ai.
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