Cuando Alberto Vilela me propuso
presentar esta novela, traté de resistirme, con razones fundadas
suficientemente, en mi criterio. Ni soy crítico literario, ni tengo la formación
adecuada para afrontar, de modo técnico, un tema de estas características con
ciertas garantías de éxito.
Mi único aval, bien pequeño por
cierto, es mi inveterado afán lector, corto bagaje para la empresa propuesta.
Pero su poder de convicción fue superior a mis reparos y aquí estoy, dispuesto
a ofrecer mis humildes consideraciones sobre la cuestión, a dialogar sobre El
Comandante Minero.
Alberto, el autor, y yo, nos
tratamos desde hace varios años con cierta asiduidad. Numerosos cafés, paseos,
conversaciones con intercambio de opiniones y, en particular, la afinidad en el
estudio de un tema básico general, la minería asturiana, observada desde
diversos aspectos, motivo de preocupaciones e intereses comunes, plasmados en
varias publicaciones de cada uno, han servido para fomentar la relación y
establecer vínculos de amistad, los cuales han permitido conocer las
preocupaciones intelectuales del amigo, así como los diversos sucesos, la pequeña
historia que jalona nuestras vidas.
No me fuerza la amistad ni me duelen
prendas para afirmar que, en mi
criterio, Vilela es uno de los más importantes especialistas en lamparería
minera; yo me atrevo a decir que es el más reputado experto en esta cuestión.
La importancia de su capacidad investigadora en este campo se refleja –
refrendo de mi aserto anterior - en sus tres obras dedicadas a la luz de las
minas de Asturias, ampliadas con numerosas referencia a la iluminación en España,
a través de su historia. El estudio y análisis del lampadario se complementa
con su extenso conocimiento práctico del objeto de tratamiento, fruto de muchas
horas de contactos y conversaciones con
los encargados de su mantenimiento y conservación. Obligado resaltar la
publicación por diversas revistas extranjeras de varios artículos sobre el tema
en cuestión. Su continuada acción indagatoria la ha encaminado a visitar
archivos y bibliotecas, museos, centros y ferias específicas del ramo, tanto
nacionales como foráneas, siendo en estas últimas donde ha recibido numerosas
muestras de reconocimiento por su labor, reconocimiento que, desgraciadamente,
nuestra región no suele tributar a sus más conspicuos representantes.
Mas su pasión investigadora no
finaliza con el estudio de las luminarias. Varios años de minucioso y paciente
trabajo en el archivo histórico de la Real Compañía Asturiana de Minas,
le han permitido publicar el libro Aviles: Carbón y Veleros. A través de la
correspondencia de la Real Compañía Asturiana de Minas. En él, el tema básico
de la obra (crónica y estudio de la clientela, fletamentos y transporte de los
carbones de la citada sociedad a diversos puertos del litoral peninsular), se
enriquece con numerosos datos e interesantes aportaciones a un conocimiento más
exacto de determinados aspectos de la minería asturiana en el período inicial
de su desarrollo industrial. Sobre idéntica cuestión y el mismo origen archivístico
tiene dos libros inéditos sobre los carbones enviados a la Real Fábrica de
Sargadelos y a varios puertos andaluces, en especial a Adra (Almería), con
profusión de material desconocido y que podría servir para completar la
historia industrial de estas importantes zonas, a mediados del siglo XIX.
Involucrado en temas relacionados
con el mar, ha escrito, también, una biografía sobre Gumersindo Junquera. Este
polifacético ingeniero de minas gijonés, de amplia trayectoria científica, técnica
y pública, profesor y subdirector de la Escuela de Capataces Facultativos de
Minas de Mieres, destacado colaborador en los trabajos científicos de su
suegro, Luis Adaro, tuvo especial relevancia en las actividades marinas del
puerto de Gijón, bien como importante consignatario, fletador de cargas y
propietario de buques de transporte de mercancías, bien como uno de los
principales instigadores del desarrollo portuario del Musel gijonés. Esperemos
que su publicación no se demore más, y pueda ser editada en breve.
Hace tres meses aproximadamente,
Vilela respondió, al periodista de La Nueva España, Isaac Barbón, al
interrogatorio de un cuestionario veraniego. A la pregunta Si le tocara la
lotería..., contestó rotundamente: Yo creo que la lotería te toca cada día
que vives. Y a fuer que Vilela los
vive con intensidad, plenamente; es un volcán en plena erupción, en
contraposición a un semblante y una figura que dan imagen de sosiego físico y
tranquilidad mental. Amén de su colaboración, prestada generosamente, a toda
actividad relacionada con el orbe minero, siempre está abierto a nuevas
inquietudes, a la exploración personal de nuevos campos de investigación. La última
muestra, la más próxima, la tenemos con su irrupción en la actividad literaria,
cuya muestra primigenia es El Comandante Minero.
Creo obligado, una vez
considerada la trayectoria de Vilela, dedicar un párrafo a la génesis de la
obra que hoy se presenta. Hace varios años, en una de las múltiples charlas
cafeteriles, Alberto me indicó que tenía un buen tema y que sobre él estaba
escribiendo una novela. Yo le dije que si no le parecía suficiente con el trabajo que desarrollaba para adentrarse en un campo desconocido y
para el que no estaba preparado. No hablamos más de la cuestión y varios meses
más tarde me sorprendió con el ruego de que leyera un original de la misma.
Mis comentarios, después de su
lectura, eran totalmente desalentadores para cualquier autor novel.
Reconociendo el interés del tema, creía que el tratamiento dado no era novelístico,
ni la estructura adoptada la adecuada. Conociendo la cabezonería de
Alberto que no iba a dejar la tarea, le recomendé repensar de nuevo lo escrito
y darle otra redacción. Estoy casi seguro que otros amigos a los que consultó
le contestaron en términos equivalentes. Con posterioridad, en alguna ocasión,
me decía que la novela seguía su curso, que iba mejorando la estructura general
y el desarrollo literario. Hace pocos meses me cedió, para su lectura, un
ejemplar mecanografiado de la misma. En contra de mis convicciones, la obra ya
no era la misma: la trama argumental y el desarrollo novelístico habían
alcanzado, en mi opinión el nivel adecuado. Vilela en una tarea concienzuda y
constante, en un continuado afán de superación y perfeccionamiento, había
logrado vencer los principales problemas que denota una obra primeriza. Después
de lo visto me atrevo a anticipar que si el autor continúa por este
camino, nos encontraremos ante un novelista de futuro.
Una vez dicho lo anterior parece
oportuno introducirse en el análisis de la obra, hecha la salvedad de el citado
examen, recoge las impresiones de un lector, único criterio que puedo adoptar.
Sin desvelar el detalle de la trama argumental, son Vds. los que deben
disfrutar con su lectura, sí es preciso efectuar un breve repaso genérico de la
misma para situar las coordenadas fundamentales de la obra.
La novela es una narración
autobiográfica, cerrada cuando la historia no aporta nada reseñable, en la que
el protagonista cuenta de modo sencillo, tal cual su condición, las vicisitudes
y experiencias que han marcado su vida.
Damián, minero mierense nacido en
1902, participó activamente, al igual que gran parte de la juventud asturiana
coetánea, en los hechos más importantes del periodo más agitado y convulso de
la historia próxima de nuestro país, la primera mitad del siglo XX. La guerra
de Marruecos, la revolución de Octubre, la catástrofe de la guerra incivil y
los recuerdos represivos de la inmediata postguerra española se presentan a
nuestra visión en el correr de las páginas de la novela. En su mirada personal
del devenir de los hechos, al mostrar sus propias experiencias en ellas, y aquí
el valor novelístico, analiza la potencia de sus creencias y las propias
contradicciones, en tensión permanente su actividad social con la realidad
personal asumida, en pugna interior constante entre las decisiones que debe
adoptar y la situación en que aboca a su familia, a la que ama entrañablemente
y son norte y guía de su vida. A la par nos muestra el panorama de la realidad
española, descarnado mas exacto, del tiempo en que transcurre la novela y es un
retrato sencillo del ambiente minero que le corresponde vivir.
La estructura lineal, en lo
cronológico, de la obra permite una lectura ordenada, sosegada y sencilla, sin
saltos ni recovecos o disquisiciones sobre las cuestiones que tratan. Esta
forma narrativa consigue que el texto se lea con agrado y la fortaleza de su
trama prende en el lector desde las primeras páginas de la lectura, que suele
llegar al final de un tirón. El orden temporal seguido delimita seis tramos en
su desarrollo: los cuatro hitos históricos señalados ya anteriormente, un
precedente, correspondiente a las vivencias más significativas de su niñez y
pubertad, y un periodo final en el que se narran las vicisitudes propias y
familiares en el difícil retorno a la normalidad cotidiana.
En la primera fase, el autor,
mediante breves retazos sobre la vida del protagonista, de Damián, va
conformando un retrato sobre la formación de su carácter, de los influjos que
sobre el mismo ejercen la familia, la escuela y las relaciones sociales del
entorno. Resalta el cerrado clima en que se desarrolla la vida de los
pequeños núcleos rurales y la ilusión infantil de apertura a horizontes más amplios.
El cumplimiento del servicio
militar, durante la campaña marroquí, servirá para que el protagonista adquiera
su primer contacto y conocimiento real del mundo y de las personas que lo
pueblan, con las enseñanzas que de ello se derivan, en paralelo a su
aprendizaje militar, tan importante en su futuro, y la aparición de los
primeros rasgos que denotan su capacidad de liderazgo. Todo ello en un marco anímico
de gran preocupación y concienciación personal, resultado de las incidencias
que la trama argumental va generando.
La exposición de los sucesos
acaecidos y episodios vividos durante la revolución de Octubre y la contienda
fraticida nos muestran a Damián, en un desarrollo importante de funciones
revolucionarias y militares, no solicitadas mas asumidas de modo voluntario y
con total responsabilidad. En su desempeño denotará la pureza de ideales y
nobleza de sentimientos que le caracterizan, así como su incapacidad para soportar las lacras y comportamientos
que en las excepcionales situaciones que vive se producen. La incidencia de la
guerra incivil en su familia, premonitoriamente advertida por su esposa, servirán
para adquirir conciencia de la situación real, siempre en contradicción y
discrepancia con la virtualidad del utópico personal, del ideal sentido y
llevado a sus consecuencias extremas.
El culmen de la obra, y sin duda,
el mejor desarrollo novelísticamente, se corresponde con el que domino tramo 5º,
el cual abarca el periodo temporal que cubre el ciclo de represión abierto al
finalizar la lucha en Asturias. En él, nuestro intérprete pasará por diversas
vicisitudes (huido por la comarca, entrega voluntaria en 1939, internamiento
preventivo, juicio posterior, cumplimiento de condena y libertad provisional en
1940) muy bien narradas y receptoras de la tensión sufrida en unos momentos
vitales en los que cada día se está pendiente de la supervivencia. Las
vivencias y avatares del fugado, las múltiples dificultades por las que
atraviesa, el comportamiento, de todo tipo, de familiares y próximos, las
meditaciones y reflexiones del huido…, son tratadas por Vilela de forma magnífica,
casi magistral diría. De idéntico modo desarrollará el ciclo inmediatamente
siguiente: la presencia en la cárcel, donde cada noche se espera la lista
fatal; la llamada a juicio, donde puede recibirse una sentencia irreversible;
las meditaciones de un recluso que únicamente vive pendiente de una llamada o
un papel. Y una vez determinada la condena, la larga contabilidad de días que
faltan para recuperar la ansiada libertad. Todas estas situaciones
excepcionales serán desarrolladas con peculiar maestría por Alberto Vilela,
que, en estos capítulos, demuestra adecuadas condiciones para fabular con éxito.
El único reparo que yo pondría a
estas páginas - fácilmente subsanable en futuras ediciones, que no dudo se
produzcan - es no haber incluido un mapa del concejo en el que se reflejan los
distintos refugios ocupados por Damián, señalando el orden de utilización,
entre 1937 y 1939. Es difícil que un lector, desconocedor de la topografía del
concejo mierense, pueda adquirir, en su verdadera dimensión, la extremada
dificultad que entrañaba protegerse de la acción represiva de los vencedores,
en tan escasa extensión de terreno. Quede dicho.
La última parte, en que el intérprete
de la obra se reincorpora a la vida civil, reseña el difícil proceso de
reintegración, las dificultades que ha de vencer el protagonista en tan arduo
momento de la vida española, la superación de las mismas mediante su esfuerzo y
la ayuda de la familia y de personas que consideran su alteza moral y valía
personal. Todo ello redundará en la recuperación de un status razonable
y conforme a sus posibilidades. A lo largo de estas páginas, a través de sus
vivencias, captamos que Damián, sin renegar de sus principios, cree necesario
conformar un nuevo modelo de vida en el que su familia ocupe un lugar
preponderante, y a ello encamina todos sus esfuerzos. Señala también la
necesidad de adaptarse a nuevos modos sociales, muy diferentes de las
aspiraciones de su juventud.
Un final antológico pondrá epílogo
adecuado al tiempo que le tocó vivir y servirá de enseñanza fabulística a dicho
tiempo: tratar de olvidar no obliga a perdonar.
El testimonio de Damián, al menos
su trayectoria vital, es un fiel retrato de una juventud que, de forma
indeseada, se convirtió en protagonista de la mayor fractura de la sociedad
española del pasado siglo. Es un genuino representante de una generación
perdedora (desde cualquier óptica con la que se observe), convertida en actora,
y testigo a la vez, de los episodios más duros, lóbregos y tristes por los que
atravesó el país: antes, durante y después de la guerra incivil. Es el reflejo
de una generación que le correspondió aportar voluntariamente lo mejor de sí
misma, en la esperanza de conseguir un mundo más justo y mejor y, en
contraprestación, recibió vejámenes, sufrimiento y muerte en repuesta. La
novela nos acerca a este tipo de consideraciones, atestiguadas por el
protagonista, en sus hechos y reflexiones, a lo largo de la obra.
El Comandante Minero tiene
la estructura de las novelas río, en el más puro sentido manriqueño. En
su desarrollo argumental encontramos tramos torrenciales, en lo que la acción
se desboca, avanza a pasos agigantados, y zonas de meandros en los que la lengua
de agua se aquieta hasta parecer que no existe corriente, constreñida y
arrinconada por la potencia de la naturaleza. Pero, sin duda, el río continúa
su trayecto, la vida sigue. Estos contrapuntos en el camino vital de Damián,
sirven para mantener la acción y suscitar el interés del lector, son muestra
del buen novelar del autor.
Construida con criterio
cinematográfico, Vilela narra la peripecia existencial de Damián mediante la
utilización de retratos fotográficos, flashes vitales de un momento determinado
del protagonista. Esta técnica permite los saltos temporales sin que se pierda
la ilación de la trama y detenerse en aquellos instantes a los que el autor
concede mayor intensidad dramática.
En la novela, expresada mediante
numerosos capítulos de texto breve, en general, ajustados a la técnica seguida,
se usa un modo narrativo sencillo y directo, escueto y conciso en su declaración
literaria, sin recovecos estilísticos ni adornos retóricos que falseen su
contenido básico. No existen concesiones en este aspecto; el protagonista
cuenta los sucesos que le acaecen, su historia personal, sin pompas ni
ditirambos . Esto es, en mi opinión, uno de los aciertos del autor. Damián
utiliza el lenguaje adecuado a su formación y vivencias, por lo que no chirría
la obra en un defecto en que suelen caer
los autores noveles. Los diálogos (uno de los grandes problemas de los que
inician la senda novelística) son escasos, quizás demasiado escasos, mas
utilizados con prudencia y mesura. Están bien construidos e insertos adecuadamente
en el conjunto de la trama y se convierten en complemento necesario de su
desarrollo. Me reitero: deberían haber sido utilizados con mayor frecuencia
para aprovechar la potencia de un recurso que permite incrementar la intensidad
narrativa en determinados parajes de la obra.
Parece oportuno decir algo sobre
los personajes que pueblan El Comandante Minero. Por las características
de la obra son escasos los personajes. Obviamente, el testimonio de Damián
sobre los avatares de su vida cubren la mayor parte de la obra y el carácter
coral de la misma convierte en accidental la participación de la mayoría de las
personas que intervienen en los hechos relatados.
Personaje central en la obra es
su familia, en la que Julia, su esposa, tiene una participación estelar,
incrementada por la importancia que adquiere el devenir vital de sus hijos en
la parte final de la novela. Su familia, siempre presente en la mente del
protagonista, es contrapunto esencial en la perenne lucha que mantiene Damián
entre sus convicciones políticas y la realidad fáctica que acarrean y los
problemas y daños que a los suyos traen aparejados. Esta dicotomía, la tensión
generada por esta causa, es uno de los principales motivos argumentales,
subyacentes, en la novela. En consecuencia, los avatares, andanzas y
penalidades de su familia ocuparán lugar preferente en el texto de la misma,
adquiriendo la importancia que merecen.
Como ya he dicho, aparte de la
familia, son escasos los personajes que adquieren peso en el desarrollo de la
trama argumental. En este conjunto coral destaca con luz propia Tere, prima de
Julia, de importante participación en el momento más trascendental de la
novela. El personal secundario que interviene en los distintos lances refleja,
en su mayor parte, la realidad de la vida española del momento considerado, son
arquetipos singulares de ella y nos dicen mucho de la misma. Un hecho que me
parece extraño es la escasa aportación que a la novela prestan los amigos del
protagonista: la capacidad de apertura y liderazgo de Damián, ofrecía una
amplia aportación en este campo.
Bueno, bajo la perspectiva del
lector, no del crítico literario, acabo de expresarles mi visión sobre la
novela que hoy se presenta. Solo me queda decir que es una historia de fácil y
atractiva lectura, que al poco de iniciada la misma, la lectura del texto, uno
ya desea finalizar la página para iniciar la siguiente y así, sin pausa, hasta
concluir la obra.
En mi criterio, Vilela nos ha
ofrecido una dignísima primera muestra de su quehacer novelístico y me atrevo a
augurar, si persevera en esta actividad, interesantes aportaciones en el campo
narrativo para el futuro.
Muchas gracias.
Luis Jesús Llaneza
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