Una de mis compañeras de trabajo, la de más edad cuando yo llegué al centro, a la que llamábamos Santa Elvira, por la bondad con que ejercía la docencia de forma permanente, vivía en las proximidades de las minas de mercurio de la Soterraña en Pola de Lena.
Además de una excelente pumarada de manzanos donde abundaba la manzana mingán, se explotaba en la parte lateral derecha del caserío, desde época de sus antepasados, un filón de carbón que afloraba a la superficie en aquel punto. Ella hacía referencia a que había sido su abuelo minero el que inició su explotación con fines domésticos. Sobre las propiedades del carbón, su comentario era quejarse de que hacía mucha ceniza.
El paso de los años, hizo que la explotación del filón se fuera convirtiendo en un pequeño chamizo – mina de poca importancia- pero que su entrada requería mantenimiento y conservación con alguna madera.
Mi curiosidad y mis ganas por entrar en su interior fue motivo para que por complacerme, ella cogiese dos de los candiles de copa que había colgados en la cocina de leña, como siempre se hacía cuando se necesitaba, y entramos en busca de un caldero de carbón que fácilmente conseguimos a la luz que nos proporcionaron los candiles de copa.
Sólo el recuerdo de mi compañera merecía un pequeño homenaje que ahora pongo de manifiesto.
He escuchado comentarios similares del empleo de lámparas de llama libre, de otros tipos, en lugares similares.
Uno de los recuerdos que aún perduran en mi memoria de mi viaje a Alemania en busca de las lámparas fabricadas en Bilbao por Luís Casajuana fue el siguiente:
Cuando llegué a la sala donde se estaban colocando todos los comerciantes; en una mesa estaba Phillipe Haillecourt de París, un gran coleccionista de objetos mineros, especialmente de candiles de sapo. Tenía un candil de copa colocado encima de unas fotocopias de la página de mi libro donde hago referencia a este tipo de lámparas.
Supongo que muchos alemanes, no entenderían el texto de mi libro Luces en las minas de Asturias, de igual forma que yo no entiendo los escritos en su idioma, pero algunos de los que visitaban la feria, al enterarse que yo era el autor, me mostraron su interés por adquirir algún ejemplar. Desgraciadamente sólo pude complacer a uno con el libro que llevaba.
Además de una excelente pumarada de manzanos donde abundaba la manzana mingán, se explotaba en la parte lateral derecha del caserío, desde época de sus antepasados, un filón de carbón que afloraba a la superficie en aquel punto. Ella hacía referencia a que había sido su abuelo minero el que inició su explotación con fines domésticos. Sobre las propiedades del carbón, su comentario era quejarse de que hacía mucha ceniza.
El paso de los años, hizo que la explotación del filón se fuera convirtiendo en un pequeño chamizo – mina de poca importancia- pero que su entrada requería mantenimiento y conservación con alguna madera.
Mi curiosidad y mis ganas por entrar en su interior fue motivo para que por complacerme, ella cogiese dos de los candiles de copa que había colgados en la cocina de leña, como siempre se hacía cuando se necesitaba, y entramos en busca de un caldero de carbón que fácilmente conseguimos a la luz que nos proporcionaron los candiles de copa.
Sólo el recuerdo de mi compañera merecía un pequeño homenaje que ahora pongo de manifiesto.
He escuchado comentarios similares del empleo de lámparas de llama libre, de otros tipos, en lugares similares.
Uno de los recuerdos que aún perduran en mi memoria de mi viaje a Alemania en busca de las lámparas fabricadas en Bilbao por Luís Casajuana fue el siguiente:
Cuando llegué a la sala donde se estaban colocando todos los comerciantes; en una mesa estaba Phillipe Haillecourt de París, un gran coleccionista de objetos mineros, especialmente de candiles de sapo. Tenía un candil de copa colocado encima de unas fotocopias de la página de mi libro donde hago referencia a este tipo de lámparas.
Supongo que muchos alemanes, no entenderían el texto de mi libro Luces en las minas de Asturias, de igual forma que yo no entiendo los escritos en su idioma, pero algunos de los que visitaban la feria, al enterarse que yo era el autor, me mostraron su interés por adquirir algún ejemplar. Desgraciadamente sólo pude complacer a uno con el libro que llevaba.
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