Tenía un amigo minero que vivía en Corigos, pero que encontrabas todas las tardes en el Café América de Mieres donde acudía a echar alguna partida de cartas con otros compañeros mineros. Hace casi treinta años, estaba ya jubilado.
Era entre medio comerciante y medio coleccionista. Tenía mucha intuición y era muy hábil comprador de toda clase de pequeñas antigüedades. Era especialista en monedas tales como duros, pesetas y reales alfonsinos, relojes de bolsillo, bastones -especialmente los procedentes de Cuba-, medallas, encendedores fabricados en la Fábrica de Trubia y sobre todo de lámparas de mina, de las que era, lógicamente, un experto.
Sentía un especial afecto hacia ellas, pero como he ido comprobando después a través de los años; como muchos otros mineros, prefería las de gasolina y desechaba o daba poca importancia hacia las que no llevaban encendedor, es decir las de aceite y eléctricas.
Me enseñó a montar y desmontar todas las lámparas de mina, a distinguir y diferenciar sus partes, conocer el nombre de las piezas,…
Al menos durante dos años, muchos sábados recorrí en innumerables ocasiones el precioso concejo minero asturiano de Quirós,que era en el que había más cosas, pero generalmente íbamos rotando por todos los de la Cuenca Central Asturiana, teniendo hacia el Oeste generalmente como límite Grado; hacia el Este, Cangas de Onís y Villaviciosa donde era visita obligada el anticuario de Amandi, Rosendo y El Capador. Los otros dos límites eran el Mar Cantábrico al Norte y la Cordillera Cantábrica al Sur .
En aquella época había aún chigres en todos los pueblos y era un placer comer un plato de patatas fritas con un par de huevos fritos y un par de chorizos de casa. Mientras lo preparaban íbamos dando buena cuenta de un larguero de jamón que preparaban al instante y que estaba exquisito.
Sigue…
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