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miércoles, 7 de octubre de 2009

PUBLICADO AYER EN EL DIARIO "LA NUEVA ESPAÑA"




¡Hola a todos!:
No me resisto a dejar sin publicar en el día de hoy en el blog, por considerarlo interesante, todo lo que en el día de ayer apareció publicado, al menos en la edición digital que ha sido la que he tenido acceso, dos páginas con imágenes y textos sobre mi libro: Avilés: Carbón y Veleros escritas por Ángel Fidalgo.
Por otra parte, considero también necesario publicar, pues sería una falta de consideración hacia aquellos lectores del blog hacer lo contrario, la crónica que inicié en el aeropuerto Charles de Gaulle, en París y continué redactando durante todo el trayecto, por lo que la misma fue al menos extensa y espero que interesante para mis lectores.
He decidido por este motivo, cuando sea necesario como hoy, publicar por un lado lo que no se debe retrasar y por otro continuar con la serie sobre la feria de lámparas en Francia.
Por ello he de pedir disculpas por los extensos escritos que aparecerán.
Cordiales saludos.



Nueva Quintana


Carbón en la bodega, viento en las velas

El libro «Avilés: carbón y veleros», de Alberto Vilela, relata parte de la historia portuaria a través de las cartas de la Real Compañía Asturiana de Minas




Castillete de las minas de Arnao, con Salinas al fondo. «Avilés: carbón y veleros»

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El velero francés «Cid» realizó el primer embarque, el 26 de mayo de 1835 . Nueva Quintana

Oviedo, Ángel FIDALGO

«Avilés: carbón y veleros» es el título de un libro singular, fruto de una amplia y detallada tarea de investigación del profesor Alberto Vilela Campo, que desvela esta parte de la historia portuaria de la Villa del Adelantado a través de la correspondencia de la Real Compañía Asturiana de Minas, a la que tuvo acceso.

Este trabajo le llevó a leer aproximadamente 4.000 cartas que envió la Real Compañía Asturiana hasta 1852. Además, durante los primeros años los directores tenían la costumbre de detallar en una especie de diario los hechos más importantes que ocurrían en la empresa, que luego enviaban a sus propietarios: Lesoinne, en Lieja (Bélgica); el marqués de Casa Riera, en París (Francia) y a Ferrer, en Madrid. En los libros de venta de carbón de la Real Compañía Asturiana se reflejan el nombre de todos los barcos, la cantidad que embarcaban y los puertos de destino.

El autor lleva más de seis años estudiando los archivos de Arnao. A este libro, se sumarán otros dos: «Las Reales Fábricas de Sargadelos y la Real Compañía de Minas» y «Carbón de Arnao para Adra, Cádiz, Málaga y Sevilla». Estos dos también son fruto de la correspondencia de la correspondencia que aún queda y que Vilela Campo pudo consultar.

Pero nuestra historia, «Avilés, carbón y veleros», termina cuando la Real Compañía Asturiana de Minas deja de exportar carbón para prepararse para producir zinc.

Mientras ocurre esta transformación que marcaría un antes y un después en la historia de la empresa, los veleros que antes salían cargados de carbón cambian de ruta y traerán arcilla de Sargadelos para fabricar ladrillos refractarios para los hornos de la nueva fábrica, y otros previamente hechos en Sargadelos.

La factoría implicó también la construcción de la línea de ferrocarril desde Arnao a la dársena San Juan de Nieva. En sus muelles los veleros iniciarán un nuevo tráfico portuario al embarcar lingotes, planchas de zinc, y también el carbón será llevado hasta los puertos cántabros de Requejada y Comillas para la calcinación del mineral antes de traerlo de nuevo hasta San Juan de Nieva.

El carbón de las minas de Arnao y de Santa María del Mar llegaba hasta los muelles de San Juan de Nieva en grandes gabarras, cuando el estado de la mar lo permitía, y por tierra cuando había temporal; cosa muy frecuente en el Cantábrico durante los meses de invierno,

«Esta costa es tan peligrosa en tiempo de invierno que estaremos cuatro o cinco meses anualmente sin vender carbón (...) La mala barra de Arnao es uno de los obstáculos mayores que se ofrecen en estas minas», escribió el director de la explotación, Armando Nagel.


El velero francés «Cid» realizó el primer embarque, el 26 de mayo de 1835

El velero francés «Cid» realizó el primer embarque, el 26 de mayo de 1835


En el archivo histórico de Asturiana de Zinc se encuentra lo que puede ser el primer documento de embarque de carbón de la Real Compañía Asturiana de Minas. Lo recibió el velero francés «Cid», matrícula de Nantes, que llegó el 26 de mayo de 1835 bajo mando del capitán Tahet.

Este buque se hizo a la vela el día 10 de junio desde el fondeadero de San Juan de Nieva con destino al puerto de Adra (Almería), con un cargamento de 2.620 quintales para el primer cliente importante de la explotación asturiana, SS. Scholtz Hermanos, que gerenciaban una fundición de plomo en San Andrés, localidad próxima a este puerto andaluz.

No fue casual que el primer transporte lo hiciera un velero francés, como ocurriría frecuentemente desde entonces, ya que estos buques tenían asegurado cargamento para el regreso desde el puerto almeriense, donde embarcaban plomo para los puertos franceses del canal de la Mancha, y también con uvas pasas, barriles de vino y de aceite. En su viaje de ida inicialmente se aprovisionaban en el puerto de Gijón, pero después comenzaron a hacerlo también en el fondeadero de San Juan.

Años más tarde, un descenso en las exportaciones de plomo y la plaga de filoxera, que afectó a las cepas repartidas por toda España, desde La Rioja a Andalucía, que acabó también con las vides que producían las uvas de Málaga que se exportaban cuando eran pasas, encarecería enormemente la llegada de carbón por vía marítima, hasta el extremo de llegar a hacerlo insostenible.

En otras de las rutas, el autor concede una importancia especial a la llegada a San Juan de Nieva del bergantín-goleta «Español», mandado por el capitán Eugenio Cantón, que embarcó 929 quintales castellanos en febrero de 1836 para el almacén que tenía el Gobierno para aprovisionar los barcos de vapor de Santander.

Leoncio Zaldúa será el encargado de los fletamentos de los buques que transportaban el carbón para Vapores de la Marina Española, que se convirtieron en uno de los primeros y más importantes consumidores del carbón que salían de Arnao.

Otros veleros, en esta ocasión de menor porte, también llamaron la atención de Alberto Vilela. Éste es el caso del quechemarín «Numantino», al mando de Ramón Obaño, que el 19 de junio de 1935 embarcó 1.160 quintales para el puerto de Santander.

En ese mismo año también están registradas las entradas de los también quechemarines «Rada», «Caridad» y «San José», para cargar carbón para el puerto cántabro.

De la intensidad de este tráfico marino dan también ejemplo los veleros que al año siguiente continuaron embarcando carbón en la misa ruta: los quechemarines «El Americano» y «Flor de Vigo», y el bergantín «Campeador».

La demanda de fletes llegó a plantear un serio problema de transporte, dado que la flota asturiana era insuficiente para atenderlo, y precisamente en un momento en el que la mina se encuentra en su mejor rendimiento de explotación.

El gran desarrollo que estaba adquiriendo la metalurgia de plomo obligaba a los compradores del Sur a contratar barcos de bandera francesa en los puertos de Rouen, Nantes y Marsella. En esa época los grandes veleros españoles se dedicaban en su mayoría a cubrir las rutas comerciales con los puertos de las colonias americanas.

Así fue como se hicieron en Avilés famosos los veleros «Le Vayllant», «La Felicité», «Zulima», «La Eugenie», el «Mont Saint-Michel y «Le Heureuse Melanie», entre otros muchos.

Pero cada barco necesitaba otras cargas para rentabilizar su explotación, lo que hizo que cada vez fuera más difícil contratarlos.

Las condiciones que ponían en muchos casos eran imposibles de cumplir. El director de la explotación minera, Armando Nagel, escribía en una de sus cartas a uno de los responsables de la fábrica de plomo de Adra: «Decidme si tu buque podrá contar en ese puerto con un cargo de plomo o de otros artículos y cuál será su destino, porque sabe usted que los barcos franceses, sin tales condiciones, no vienen a tomar carbón».

Para compensar el descenso de estos fletes la empresa minera asturiana buscó nuevos compradores en Cádiz, Valencia y Barcelona, donde había mucha demanda de carbón para el consumo de los vapores que navegaban por el Mediterráneo. El primer velero que salió para Cádiz fue el «Amable Teresa», el 27 de junio de 1837.

Después llegarían otros puertos, como La Coruña y Málaga, entre otros.





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