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miércoles, 23 de diciembre de 2009

PRÓLOGO DE "LUCES EN LAS MINAS DE ASTURIAS: CANDILES DE SAPO" (2) por Pedro Fandos Rodriguez



¿Cómo es posible que Agrícola se olvidara de un tema tan fundamental como la manera que tenían los mineros para conducirse por los virgilianos avernos?. Muy sencillo: Desde que la mina era mina en los cuatro o cinco milenios anteriores; es más, desde que el hombre era hombre en los cuatro o cinco cienmilenios que llevaba de culturización, la alternativa a la oscuridad era sólo una: la llama abierta, bien en forma de fogata, de antorcha, de vela, de lucerna, de candil o de candileja. Este es el por qué la técnica de la iluminación no representaba especialidad alguna en el sector minero y la causa de que los 274 grabados que Agrícola incluye en su De Re Metallica tan sólo en siete de ellos aparece, y aún así de forma meramente testimonial, el candil como un diminuto instrumento que había acompañado al minero durante milenios y que aún habría de hacerlo como único e invariable elemento (salvo evoluciones más tipológicas que tecnológicas) durante un tiempo aún muy dilatado(1).


La obra de Agrícola, como decimos, duraría varios siglos y sería objeto de estudio aún en las primeras escuelas o academias de minas. La primera se funda en Freiberg, Alemania, en 1767. Tres años después se crea la de Schemnitz en Hungría y tres más tarde, 1773, la de San Petersburgo. La escuela de Almadén se crea en 1777, un año antes que la de París. No tardaría el ilustre Jovellanos en clamar por la creación de una escuela para Asturias pero esa sería ya otra historia cuya realidad no llegaría a ver y de la cual se acaba de celebrar el sesquicentenario con libro incluido (2).

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(1). Para ser justos con el germano, mencionemos que en un rincón de su obra nos aporta un pequeño detalle que añade otra función al modesto candil, y es el uso que los mineros hacían de él como reloj. A la entrada de cada relevo –que eran de 8 horas- tañía en el poblado minero una gran “campana”, llamada así por los extranjeros –dice Agrícola, con lo cual cabe sospechar la presencia de encargados o trabajadores oriundos del solar hispano-. El sonido avisaba al encargado el cual, golpeaba el maderamen del pozo y, a su vez, las mampostas para transmitir la señal hasta el último rincón de la mina. Según Agrícola, ese gozoso momento era controlado por los trabajadores mediante el agotamiento del aceite de sus lámparas. (Agrícola, 1556, De Re Metallica, T IV; traduc de Hoover 1912, edic1950, pag 100).

(2). Curiosamente en el Reino Unido, del que se dijo que era una isla flotando sobre carbón, el nacimiento de su primera escuela de minas es relativamente tardío pues no aparece hasta 1851 con la creación de la Government School of Mines and Science Applied que en 1863 se habría de llamar la Royal School of Mines. Esa ausencia de técnicos adecuadamente formados sin duda tendría algo que ver con la escalofriante lista de catástrofes originadas por el grisú desde que el 3 de octubre de 1705 sufrieran en la mina Gateshead del condado de Durham la Stony Flatt Explosion que originó 30 muertos. A partir de ahí las víctimas registradas en las minas británicas superarían la escalofriante cifra de las 50.000. Sin salir del siglo XVIII, podemos citar al menos las explosiones de gas que causaron las siguientes víctimas mortales: el 18 de agosto de 1708, en Fatfield, 69 muertos; en 1710 en Bensham, 70 u 80; en 1727, en Lumley Park, 60. A partir de los años 1800 la relación es aún más escalofriante al incrementarse las víctimas tanto con la producción como con la eficacia del registro. (La relación puede verse en The Durham Mining Museum and its contributors; http://www.dmm.org.uk ).




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