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jueves, 24 de diciembre de 2009

PRÓLOGO DE "LUCES EN LAS MINAS DE ASTURIAS: CANDILES DE SAPO" (3) por Pedro Fandos Rodriguez

En ese periodo de la Ilustración, no deja de ser tristemente significativo que la obra por excelencia, la famosa “Enciclopedia” (“L'Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers”) que entre 1751 et 1772 publican en 17 volúmenes de texto más otros 11 de grabados los franceses Diderot y D’Alembert, con la colaboración de las mentes más preclaras del momento, siga prescindiendo del elemento de iluminación subterránea dos siglos después de que Agrícola hubiera hecho lo mismo. Entre las 37 planchas dedicadas a reproducir más de un centenar de instrumentos y métodos mineros, el candil “brilla” por su ausencia. Tan solo en uno de los grabados se puede observar una decena de trabajadores a la luz de unas gruesas velas y un par de imperceptibles candiles. Así pues, el auténtico Siglo de las Luces, al menos en lo que a minería respecta, la “ilustración” se remonta a la Edad Media. El cambio, la transición, se haría esperar aún unos años más, hasta bien adentrado el XIX, concretamente hasta la famosa fecha de 1815 cuando dos técnicos británicos permiten pasar página en la milenaria oscuridad subterránea.


En efecto, en el año 1815(1) dos ingleses, el químico Sir Humphry Davy y el ingeniero George Stephenson, animados por ofrecer al minero una iluminación que nos les expusiera a las temibles explosiones del grisú inventan de forma independiente una lámpara de seguridad basada en el mismo principio: rodear la llama de un tamiz que no pudiera traspasarlo y que a la vez enfriara los gases de la combustión hasta situarlos en temperaturas de no deflagración. Rápidamente el invento da la vuelta al mundo y el milenario candil tenía por primera vez una compañera con la que aún conviviría un siglo largo, especialmente en las minas menos grisuosas. Sin embargo, el candil seguiría sin ocupar espacio alguno en la historiografía minera. Si hasta ahora apenas había sido objeto de alguna fugaz aparición en estampas, la torrencial llegada de su compañera lo eclipsaría casi definitivamente de las publicaciones que, además, comenzaban a editarse en cantidades ingentes.

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(1). Según las fuentes consultadas, la fecha de aparición de la lámpara de seguridad minera oscila entre 1815 y 1817. Depende que se considere el inicio de las investigaciones o el primer ensayo en el interior de una mina. Según este último criterio, la primacía correspondería a Stephenson quien la ensayó el 21 de octubre de 1815 en la mina de Killingwoth en la cual ejercía de ingeniero. Apenas un trimestre después, el 1 de enero de 1816, como bien se encargó de reflejar nuestro Alberto Vilela en su libro anterior (“Luces en las minas de Asturias”, 2005) Davy haría otro tanto con su modelo de lámpara en la mina Hebburn. No obstante la Historia consideraría a este último como justo inventor, quizá por el altruismo que demostró al ofrecerla libremente a todos los mineros del mundo sin patente alguna.


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